domingo, 30 de abril de 2017

SENTIDO DE LA VIDA

FRANCESC TORRALBA: 'NO ME GUSTARÍA MORIR Y DARME CUENTA DE QUE NO HE VIVIDO'
Paula Martínez del Mazo
@paulamartinezdm
Si estás leyendo estas líneas, puede que alguna de las siguientes cuestiones pasen por tu cabeza: ¿Por qué tenemos que hablar de esto?, estas preguntas me ponen nervioso, qué denso todo, ¡qué rayada!, en serio, no es necesario. Vamos a dejarnos de tonterías y a hablar de la vida real, para qué me voy a complicar la cabeza si no hay respuesta.
Al escuchar ciertas preguntas, respondemos casi de forma automática con una serie de respuestas en bucle que intentan rebajar las preguntas existenciales a la categoría de inútiles. Además, suele acechar una pereza bastante difícil de superar para terminar concluyendo que es más fácil no preguntarse. Francesc Torralba es filósofo, teólogo y actualmente es catedrático de Ética en la Universidad Ramón Llull. Entrevistarle implica que cada pregunta se vuelve en una aún más profunda. Sin embargo, este provocador de preguntas es, sobre todo, un buscador de respuestas. Dice que aquello de lo que muchas veces escapamos constituye al hombre, plantea que el deseo de infinito puede ser fruto de una patología o de una realidad  y que se nos va la vida en el modo de responder a esto.
Responder de una manera u otra a estas preguntas es inevitable. Francesc nos ayuda a entender en qué consiste esta encrucijada en la cual la ausencia de respuesta ya es, en sí misma, una respuesta contundente. Catalán, profesor universitario, experto en Kierkegaard, aficionado a correr maratones y al cross de montaña, casado y con cinco hijos.
Woody Allen, en una entrevista para El País Semanal dice lo siguiente:
“Vivimos en un mundo que no tiene sentido, ni propósito. Somos mortales, y todas las preguntas importantes… Para mí lo importante no ha sido nunca quién es el presidente de Estados Unidos, esas cuestiones van y vienen. Las preguntas importantes se quedan con nosotros y no tienen respuesta. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿De qué va esto? ¿Por qué es importante que envejezcamos, por qué morimos? ¿Qué significa la vida? Y si no significa nada, ¿de qué sirve? Esas son las grandes cuestiones que nos vuelven locos, no tienen respuesta, y uno tiene que seguir adelante y olvidarse de ellas”.
Woody Allen tiene muchas preguntas sin respuesta. ¿Es sólo él el que se las pregunta, se le ha soltado un tornillo o todos los hombres estamos un poco locos en este sentido?
Somos animales metafísicos. No podemos responder de un modo concluyente a las grandes cuestiones de la existencia humana. Menos aún de una manera científica. Sin embargo, la metafísica como disposición natural forma parte de nuestro ser y la cuestión del sentido es intrínseca a la condición humana.
No siempre se dan las circunstancias idóneas para que emerja la pregunta, pero cuando se interrumpe la lógica de los acontecimientos, cuando tiene lugar una experiencia límite como la muerte de un ser querido o una experiencia cumbre de extraordinaria belleza, verdad, unidad o bondad, aflora, con fuerza, la pregunta por el sentido.
¿No es irracional esperar algo que no se puede cumplir? Sabemos que no podemos volar y por tanto no intentamos saltar por la ventana para ver si esta vez es posible. Sin embargo, con la felicidad, por ejemplo, pasa lo contrario; tenemos muchas experiencias de fracaso y aún así, seguimos intentándolo. ¿Qué cree que hace al hombre seguir buscando?
El anhelo de felicidad es constitutivo del ser humano. Todos los seres humanos -dice Aristóteles- desean, por naturaleza, ser felices. La cuestión radica en aclarar en qué consiste ese estado de ánimo que denominamos felicidad y cómo alcanzarlo. La búsqueda de esa plenitud está en la dinámica del deseo y por múltiples vericuetos, en ocasiones, terriblemente dañinos, tratamos de encauzar la potencia de este deseo.
¿Tenemos todos los hombres los mismos deseos? ¿Cree usted que vienen “de fábrica”?
El ser humano es, por definición, un ente de deseo. Anhelamos lo que no somos, deseamos lo que no poseemos, experimentamos una inquietud ontológica que nos proyecta hacia algo que nos trasciende. Nada de lo que hay en este mundo colma esta inquietud ontológica. He aquí nuestro drama. Tampoco la vía de la extinción del deseo me parece humanamente viable, porque extinguir el deseo es como extinguir la condición humana. El deseo es fuerza motriz, principio de movimiento, voluntad de ser, pero, simultáneamente, la causa de todos nuestros padecimientos.
Usted no dice solamente que el hombre tenga deseos sino, además, que es deseo, que el deseo es una cualidad que le constituye,  ¿no es demasiado atrevido decir esto? ¿a qué se refiere exactamente?
El deseo no es algo que se posea de un modo extrínseco como se posee una casa o un libro. El deseo forma parte constitutiva del ser humano. Reconocerlo es fundamental para saber quiénes somos y de qué estamos hechos. Existen distintas formas y manifestaciones del deseo fundamental que vertebra la existencia humana, pero el deseo subsiste como tal y nos proyecta hacia lo que desconocemos, hacia algo que no podemos definir claramente, pero que barruntamos con la imaginación.
¿Qué es el deseo en el ser humano? ¿Cuál es la diferencia entre desear una Coca Cola o una sesión de masajes y, por otro lado, desear la felicidad, que mi marido o mujer me ame para siempre o que los que quiero no se mueran nunca?
Existen deseos de distinta naturaleza. Por un lado, está el deseo de tener, que se relaciona directamente con objetos, con realidades tangibles, con seres humanos. Uno desea un coche, pero también puede desear la presencia de un ser amado. Pero, por otro lado, está el deseo de ser, que se relaciona con lo que uno aspira a devenir, con sus ideales más profundos, con sus voliciones más secretas. Nada colma el deseo de ser porque este deseo es de naturaleza infinita. Por eso, el deseo ontológico descentra al ser humano, porque le conduce hacia lo que todavía no es, pero aspira a ser.
¿Por qué se dice que el deseo es signo de trascendencia, de naturaleza infinita? ¿No podría ser una cualidad del ser humano que no remite necesariamente a otra cosa? ¿Es más razonable pensar que sí?
Trascender es cruzar un límite, elevarse a un plano desconocido, explorar un territorio ignoto, tener la audacia de adentrarse en lo que está fuera del alcance de nuestra razón. El ser humano puede trascender de múltiples modos. Este anhelo de superación, de conocer lo desconocido, de indagar lo que está más allá de los límites de la razón, de cruzar las fronteras de lo conocido es el motor del desarrollo científico y tecnológico. Se puede trascender en el conocer, en el amar, pero también tenemos la capacidad de trascender el mundo de las pasiones y de poner entre paréntesis nuestras necesidades para conseguir un determinado fin. Dos palabras caracterizan la existencia humana: encarnación y vector. Estamos enraizados en la realidad empírica, en un entorno cultural, histórico y geográfico, pero, simultáneamente, apuntamos hacia algo que está más allá de este entorno, deseamos elevarnos para conocer qué hay más allá de él, descubrir qué territorios se extienden más allá.

¿Existe alguna relación entre los deseos del ser humano y el reconocimiento de la existencia de Dios? Si es así, ¿cuál?
Dios no es un objeto. Dios trasciende cualquier categoría y concepto humano. Está más allá de cualquier sistema teórico o formulación filosófica. La raíz de este deseo ontológico se puede explicar de dos modos: puede ser la manifestación de una patología fundamental, de un desorden de nuestro ser; pero puede ser, también, la expresión de Dios en nuestra naturaleza. La inquietud del corazón forma parte esencial del ser humano. San Agustín considera que Dios mismo ha instalado esta inquietud en el corazón del hombre y que ésta sólo puede ser colmada en el momento de la reconciliación con Dios. Yo considero que esta inquietud no puede ser fruto del azar y de la casualidad; que no puede ser un desorden constitutivo de nuestro ser.
Hay quienes plantean que la pregunta por Dios y su relación con el deseo del hombre es fruto del entorno cultural y de tradiciones conservadoras y/o radicales que pretenden implantar sus ideologías utilizando algo tan natural como el hecho de que el hombre desee. ¿Qué diría ante esto?
La palabra Dios es una de las palabras más manoseadas e instrumentalizadas de la historia. Es un significante que alberga una multiplicidad de significados. Todo ser humano es fruto de su circunstancia histórica, cultural y religiosa, lo que significa que no puede comprenderse al margen de su contexto inmediato. En ese contexto ha recibido una imago Dei, un modo de entender a Dios, pero todo ser humano, en virtud de su inteligencia espiritual, puede tomar distancia de esa imagen, someterla a crítica, cuestionar su naturaleza; puede poner entre paréntesis el sistema de prejuicios, de tópicos y de valores que ha recibido, de un modo inconsciente, a lo largo de su vida y preguntarse, en primera persona del singular, si Dios es algo más que la imagen mental que se ha construido de Él; es capaz de percatarse de la distancia infinita que existe en entre el ídolo que subsiste en su mente y el Dios que está más allá de toda palabra y de todo concepto.
¿Es verdad que todos los hombres, sin excepción, se preguntan en algún momento acerca de las preguntas últimas de la vida (Dios, el sufrimiento, el amor o la muerte)? ¿Es posible no plantearse estas preguntas?
Sería un despropósito afirmar lo que ocurre en la esfera interior de todos los hombres. Apenas conocemos nuestra propia interioridad, pues, como dice santa Teresa de Ávila, vivimos muy separados de nosotros mismos y nos conocemos muy poco. Existimos fuera de  nosotros mismos, en la ronda del castillo. Extrañamente visitamos las moradas del castillo interior. Por lo general, se sucumbe al fenómeno de la proyección. Uno proyecta en los otros lo que le ocurre a él, lo que siente en sus adentros, traslada a los otros lo que sufre interiormente, pero cada ser humano es un microcosmos único, un ente singular en la historia de carácter enigmático. De lo que no cabe duda, a mi modo de ver, es que cuando uno experimenta una situación límite y siente cómo todo lo que era sólido y consistente en su vida se derrumba, se deshace en la nada y siente como se precipita en el vacío, se pregunta por el sentido de su vida. Esta pregunta es un viaje sin retorno. Para algunos, la experiencia de la caída al vacío conduce al ateísmo, para otros es el principal motor de la fe.
¿Y si hay personas que no son capaces de reconocer nada más allá de lo que tienen delante?
Vivimos sumergidos en el seno de una cultura inmediatista y materialista. El mantra de esta cultura es conocido: sólo existe lo que se puede verificar empíricamente, lo que puede ser cuantificado, medido, sopesado, calculado, tabulado, en definitiva, lo que puede ser percibido. Sin embargo, la realidad trasciende lo que podemos conocer de ella. Existe un universo que está más allá de nuestra percepción, que se extiende en distintas direcciones y que no podemos someter a cálculos matemáticos, ni cuantificar. No podemos demostrar la existencia de esa dimensión de la realidad, pero somos capaces de entrever que la magnitud de lo real no puede contenerse en la esfera de la mente humana.
¿Cómo se descubre el significado último de la vida en las cosas o en los acontecimientos? ¿Se descubre en la vida o es fruto de la mera reflexión? ¿Existe un método?
La pregunta por el sentido trasciende los límites de la ciencia. No existe una respuesta apodíctica a tal pregunta. Aún así, uno puede meditar a fondo sobre lo que realmente colma su ser, sobre lo que le llena y lo que le realiza interiormente. Puede, también, aprender de otros y estar atento a sus relatos y experiencias. Para ello, es fundamental tener la audacia de cuestionar las grandes narrativas del sentido que se imponen en el imaginario colectivo. Con frecuencia, esas narrativas conducen al vacío y a la desesperación. Lo que llena al ser humano no es de orden material. Necesitamos objetos para vivir y para desarrollarnos, pero lo que verdaderamente nos llena se relaciona con la práctica del bien, con la verdad, con la unidad y con la práctica de la bondad. 
¿Nos podría contar una experiencia concreta de su vida en la que un deseo le haya llevado a hacerse alguna pregunta vital?
El fracaso que he vivido en distintas circunstancias de mi vida, tanto en el plano familiar como profesional, es una experiencia que ha activado, como pocas, la pregunta por el sentido. Cuando uno fracasa, se pregunta qué es lo que realmente importa, qué es lo que le sostiene en la vida, qué merece el esfuerzo y la dedicación; en definitiva, se pregunta para qué está en este mundo.
¿Qué desea Francesc Torralba? ¿Cómo se cumple? ¿Qué le decepciona?
Vivir a fondo. No me gustaría morir y darme cuenta de que no he vivido. La vida es don. Nadie ha decidido existir, pero tenemos la posibilidad de convertir cada día en una obra de arte, en una ocasión para crear belleza, verdad, unidad y bien a nuestro alrededor. He llegado a una conclusión paradójica: lo que llena más es darse. Me decepcionan las contradicciones que existen en mi ser; la distancia infinita entre lo que me siento llamado a devenir y lo que realmente soy; me decepciona la mezquindad humana, la estupidez, la crueldad, la violencia, pero, especialmente, el cinismo de los poderosos.

Fuente: 
http://web.elsentidobuscaalhombre.com/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=1670&te=39&idage=3134&vap=0


Discurso del Papa Francisco en la Universidad de Al-Azhar

Texto completo del discurso del Papa Francisco :
Al Salamò Alaikum! / La paz sea con vosotros.
Es para mí un gran regalo estar aquí, en este lugar, y comenzar mi visita a Egipto encontrándome con vosotros en el ámbito de esta Conferencia Internacional para la Paz. Agradezco al Gran Imán por haberla proyectado y organizado, y por su amabilidad al invitarme. Quisiera compartir algunas reflexiones, tomándolas de la gloriosa historia de esta tierra, que a lo largo de los siglos se ha manifestado al mundo como tierra de civilización y tierra de alianzas.
Tierra de civilización. Desde la antigüedad, la civilización que surgió en las orillas del Nilo ha sido sinónimo de cultura. En Egipto ha brillado la luz del conocimiento, que ha hecho germinar un patrimonio cultural de valor inestimable, hecho de sabiduría e ingenio, de adquisiciones matemáticas y astronómicas, de admirables figuras arquitectónicas y artísticas.
La búsqueda del conocimiento y la importancia de la educación han sido iniciativas que los antiguos habitantes de esta tierra han llevado a cabo produciendo un gran progreso. Se trata de iniciativas necesarias también para el futuro, iniciativas de paz y por la paz, porque no habrá paz sin una adecuada educación de las jóvenes generaciones. Y no habrá una adecuada educación para los jóvenes de hoy si la formación que se les ofrece no es conforme a la naturaleza del hombre, que es un ser abierto y relacional.
La educación se convierte de hecho en sabiduría de vida cuando consigue que el hombre, en contacto con Aquel que lo trasciende y con cuanto lo rodea, saque lo mejor de sí mismo, adquiriendo una identidad no replegada sobre sí misma.
La sabiduría busca al otro, superando la tentación de endurecerse y encerrarse; abierta y en movimiento, humilde y escudriñadora al mismo tiempo, sabe valorizar el pasado y hacerlo dialogar con el presente, sin renunciar a una adecuada hermenéutica.
Esta sabiduría favorece un futuro en el que no se busca la prevalencia de la propia parte, sino que se mira al otro como parte integral de sí mismo; no deja, en el presente, de identificar oportunidades de encuentro y de intercambio; del pasado, aprende que del mal sólo viene el mal y de la violencia sólo la violencia, en una espiral que termina aislando.
Esta sabiduría, rechazando toda ansia de injusticia, se centra en la dignidad del hombre, valioso a los ojos de Dios, y en una ética que sea digna del hombre, rechazando el miedo al otro y el temor de conocer a través de los medios con los que el Creador lo ha dotado.
Precisamente en el campo del diálogo, especialmente interreligioso, estamos llamados a caminar juntos con la convicción de que el futuro de todos depende también del encuentro entre religiones y culturas. En este sentido, el trabajo del Comité mixto para el Diálogo entre el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y el Comité de Al-Azhar para el Diálogo representa un ejemplo concreto y alentador.
El diálogo puede ser favorecido si se conjugan bien tres indicaciones fundamentales: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones. El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro.
La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación.
Educar, para abrirse con respeto y dialogar sinceramente con el otro, reconociendo sus derechos y libertades fundamentales, especialmente la religiosa, es la mejor manera de construir juntos el futuro, de ser constructores de civilización. Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro. Y con el fin de contrarrestar realmente la barbarie de quien instiga al odio e incita a la violencia, es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien: jóvenes que, como árboles plantados, estén enraizados en el terreno de la historia y, creciendo hacia lo Alto y junto a los demás, transformen cada día el aire contaminado de odio en oxígeno de fraternidad.
En este desafío de civilización tan urgente y emocionante, cristianos y musulmanes, y todos los creyentes, estamos llamados a ofrecer nuestra aportación: «Vivimos bajo el sol de un único Dios misericordioso. [...] Así, en el verdadero sentido podemos llamarnos, los unos a los otros, hermanos y hermanas [...], porque sin Dios la vida del hombre sería como el cielo sin el sol».
Salga pues el sol de una renovada hermandad en el nombre de Dios; y de esta tierra, acariciada por el sol, despunte el alba de una civilización de la paz y del encuentro. Que san Francisco de Asís, que hace ocho siglos vino a Egipto y se encontró con el Sultán Malik al Kamil, interceda por esta intención.
Tierra de alianzas. Egipto no sólo ha visto amanecer el sol de la sabiduría, sino que su tierra ha sido también iluminada por la luz multicolor de las religiones. Aquí, a lo largo de los siglos, las diferencias de religión han constituido «una forma de enriquecimiento mutuo del servicio a la única comunidad nacional».
Creencias religiosas diferentes se han encontrado y culturas diversas se han mezclado sin confundirse, reconociendo la importancia de aliarse para el bien común. Alianzas de este tipo son cada vez más urgentes en la actualidad. Para hablar de ello, me gustaría utilizar como símbolo el «Monte de la Alianza» que se yergue en esta tierra. El Sinaí nos recuerda, en primer lugar, que una verdadera alianza en la tierra no puede prescindir del Cielo, que la humanidad no puede pretender encontrar la paz excluyendo a Dios de su horizonte, ni tampoco puede tratar de subir la montaña para apoderarse de Dios (cf. Ex 19,12).
Se trata de un mensaje muy actual, frente a esa peligrosa paradoja que persiste en nuestros días, según la cual por un lado se tiende a reducir la religión a la esfera privada, sin reconocerla como una dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad y, por el otro, se confunden la esfera religiosa y la política sin distinguirlas adecuadamente.
Existe el riesgo de que la religión acabe siendo absorbida por la gestión de los asuntos temporales y se deje seducir por el atractivo de los poderes mundanos que en realidad sólo quieren instrumentalizarla.
En un mundo en el que se han globalizado muchos instrumentos técnicos útiles, pero también la indiferencia y la negligencia, y que corre a una velocidad frenética, difícil de sostener, se percibe la nostalgia de las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida, que las religiones saben promover y que suscitan la evocación de los propios orígenes: la vocación del hombre, que no ha sido creado para consumirse en la precariedad de los asuntos terrenales sino para encaminarse hacia el Absoluto al que tiende.
Por estas razones, sobre todo hoy, la religión no es un problema sino parte de la solución: contra la tentación de acomodarse en una vida sin relieve, donde todo comienza y termina en esta tierra, nos recuerda que es necesario elevar el ánimo hacia lo Alto para aprender a construir la ciudad de los hombres.
En este sentido, volviendo con la mente al Monte Sinaí, quisiera referirme a los mandamientos que se promulgaron allí antes de ser escritos en la piedra. En el corazón de las «diez palabras» resuena, dirigido a los hombres y a los pueblos de todos los tiempos, el mandato «no matarás» (Ex 20,13).
Dios, que ama la vida, no deja de amar al hombre y por ello lo insta a contrastar el camino de la violencia como requisito previo fundamental de toda alianza en la tierra. Siempre, pero sobre todo ahora, todas las religiones están llamadas a poner en práctica este imperativo, ya que mientras sentimos la urgente necesidad de lo Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que justifique cualquier forma de violencia. La violencia, de hecho, es la negación de toda auténtica religiosidad.
Como líderes religiosos estamos llamados a desenmascarar la violencia que se disfraza de supuesta sacralidad, apoyándose en la absolutización de los egoísmos antes que en una verdadera apertura al Absoluto.
Estamos obligados a denunciar las violaciones que atentan contra la dignidad humana y contra los derechos humanos, a poner al descubierto los intentos de justificar todas las formas de odio en nombre de las religiones y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios: su nombre es santo, él es el Dios de la paz, Dios salam. Por tanto, sólo la paz es santa y ninguna violencia puede ser perpetrada en nombre de Dios porque profanaría su nombre.

Juntos, desde esta tierra de encuentro entre el cielo y la tierra, de alianzas entre los pueblos y entre los creyentes, repetimos un «no» alto y claro a toda forma de violencia, de venganza y de odio cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios. Juntos afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar. Juntos declaramos el carácter sagrado de toda vida humana frente a cualquier forma de violencia física, social, educativa o psicológica.
La fe que no nace de un corazón sincero y de un amor auténtico a Dios misericordioso es una forma de pertenencia convencional o social que no libera al hombre, sino que lo aplasta. Digamos juntos: Cuanto más se crece en la fe en Dios, más se crece en el amor al prójimo.
Sin embargo, la religión no sólo está llamada a desenmascarar el mal sino que lleva en sí misma la vocación a promover la paz, probablemente hoy más que nunca.[6] Sin caer en sincretismos conciliadores, nuestra tarea es la de rezar los unos por los otros, pidiendo a Dios el don de la paz, encontrarnos, dialogar y promover la armonía con un espíritu de cooperación y amistad. Como cristianos «no podemos invocar a Dios, Padre de todos los hombres, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios».
Más aún, reconocemos que inmersos en una lucha constante contra el mal, que amenaza al mundo para que «no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad», «a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles».
Por el contrario, son esenciales: En realidad, no sirve de mucho levantar la voz y correr a rearmarse para protegerse: hoy se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción.  
Asistimos perplejos al hecho de que, mientras por un lado nos alejamos de la realidad de los pueblos, en nombre de objetivos que no tienen en cuenta a nadie, por el otro, como reacción, surgen populismos demagógicos que ciertamente no ayudan a consolidar la paz y la estabilidad.
Ninguna incitación a la violencia garantizará la paz, y cualquier acción unilateral que no ponga en marcha procesos constructivos y compartidos, en realidad, sólo beneficia a los partidarios del radicalismo y de la violencia. Para prevenir los conflictos y construir la paz es esencial trabajar para eliminar las situaciones de pobreza y de explotación, donde los extremismos arraigan fácilmente, así como evitar que el flujo de dinero y armas llegue a los que fomentan la violencia.
Para ir más a la raíz, es necesario detener la proliferación de armas que, si se siguen produciendo y comercializando, tarde o temprano llegarán a utilizarse. Sólo sacando a la luz las turbias maniobras que alimentan el cáncer de la guerra se pueden prevenir sus causas reales.
A este compromiso urgente y grave están obligados los responsables de las naciones, de las instituciones y de la información, así como también nosotros responsables de cultura, llamados por Dios, por la historia y por el futuro a poner en marcha —cada uno en su propio campo— procesos de paz, sin sustraerse a la tarea de establecer bases para una alianza entre pueblos y estados.
Espero que, con la ayuda de Dios, esta tierra noble y querida de Egipto pueda responder aún a su vocación de civilización y de alianza, contribuyendo a promover procesos de paz para este amado pueblo y para toda la región de Oriente Medio.
Al Salamò Alaikum! / La paz esté con vosotros.

sábado, 29 de abril de 2017

GRANDES RAZONES PARA CURSAR UNA ASIGNATURA APASIONANTE.

Además de ayudar a entender el mundo en el que vivimos, nuestra cultura y la de los demás, deberíamos valorar estas grandes razones:

ES TU LIBERTAD PARA ELEGIR

La religión es la única asignatura que puedes elegir cada año. Si la eliges puedes conocer mejor el sentido de la vida, el origen del arte y la cultura, el valor de cada ser humano. Elegir religión te permite conocer mejor para ser más libre.

UNA VISIÓN PLURAL DE LA SOCIEDAD

Es una asignatura para debatir, dialogar sobre nuestra sociedad y sus valores, sobre las grandes preguntas de la persona humana, sobre cómo construir un mundo mejor. Es un tiempo para comprender y dialogar con todos y ofrecer respuestas.

NO MIDE TU FE, SINO TU CONOCIMIENTO

En religión no se te pregunta por tus creencias, sino sobre el contenido de la asignatura impartida. El respeto a la libertad de cada alumno es total, porque la fe es un acto de la libertad de la persona.

FOMENTA EL RESPETO Y LA TOLERANCIA

La clase de religión te ayuda a conocer la persona humana, su valor y dignidad. Por eso fomenta la solidaridad, la tolerancia, el respeto, el compromiso, la opción por los más necesitados, la lucha por la justicia...

APORTA VALORES HUMANOS ESENCIALES

Jesús de Nazaret nos dejó un estilo de vida que merece la pena conocer. Es el gran maestro de humanidad que nos enseñó a ser personas que buscan el bien, la verdad y la belleza, a vivir la relación original con el Misterio que nos constituye.

AYUDA A COMPRENDER EL MUNDO EN EL QUE VIVES

Las tensiones en Oriente Medio, el liderazgo del Papa Francisco, la necesidad del cuidado de la Naturaleza, la preocupación por los refugiados, la persecución sistemática de los cristianos en Oriente y África, las causas del terrorismo son afrontadas en esta asignatura.

Fuente:  http://meapuntoareligion.com

miércoles, 12 de abril de 2017

Lo mínimo

Moisés baja del Sinaí y reúne a todo el pueblo: «Oíd: tengo que comunicaros una noticia buena y una noticia mala». «¡Dinos primero la buena!», exclama el pueblo a una voz. Y Moisés: «La buena noticia es que he conseguido rebajar los mandamientos de quince a diez... Desgraciadamente la mala es que con el adulterio ¡no ha habido nada que hacer!».  HISTORIETA JUDÍA

Es ésta una incursión en el mundo del humorismo judío. Muchos quizá sepan que se trata de una de las desternillantes historietas que a menudo cuenta Moni Ovadia, un extraordinario actor capaz de entrelazar diversos géneros didácticos teniendo en cuenta sus orígenes culturales y religiosos. Tal vez el apólogo nos permita, un poco libremente, una reflexión seria, porque ya Aldo Palazzeschi advertía que «la ironía es el vértice de la política del espíritu». Pues bien, en las historietas de Ovadia hay un elemento característico del comportamiento humano, la opción por lo mínimo. Sobre todo, en el ámbito moral, lo más frecuente es la rebaja. Por algo prolifera, incluso a nivel teológico, la casuística, que en realidad tenía como objetivo atemperar el rigor de la norma con los atenuantes sacados del contexto, la situación, las excusas. Pero progresivamente esta práctica oscureció los principios, avanzando cada vez más hacia la componenda, la excepción, el mínimo común denominador ético. No se puede construir una moral verdadera solo sobre lo mínimo. Es más, hay que proceder desde el
ideal «Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre del cielo» (Mt 5,8) y desde las alturas descender recurriendo –cuando es necesario- a la misericordia y a la comprensión. BL 04.12