viernes, 4 de noviembre de 2016

ENVEJECER

«Santo Dios, ¡qué viejo estás!», exclamó un famoso maestro ante un amigo de juventud. El cual replicó: «No queda más remedio». «Es verdad», repuso el maestro. Pero añadió: «Sin embargo ¡hay que evitar envejecer!».

Encuentro este apólogo en una revista árabe y he querido traducirlo porque se juega con dos palabras aparentemente sinónimas, aunque en realidad son distintas: «llegar a viejo» y «envejecer». Lo primero es un fenómeno natural, ante el que uno es y se siente sustancialmente impotente.
El escritor Giovanni Arpino (1927-1987) afirmaba: «Nada es más humano que llegar a viejo, nada más natural. Pero hay que saberlo, aceptarlo, aguantarlo, sin caer en juvenilismos tontos y peligrosos, sin pretender trucar las cartas en el juego». El verbo «envejecer», en cambio, recuerda un deterioro interior, un apagarse el alma, un marchitarse los sentimientos, un mustiarse la esperanza. Esta situación no coincide con la edad cronológica, puede infectar incluso a los jóvenes que de repente se sienten cansados y sin gusto ante la vida. Y al contrario, hay ancianos que «en la vejez seguirán dando fruto, conservarán su verdor y lozanía como palmera o cedro del Líbano, plantados en la casa del Señor» (Sal 92, 13-15). El gran Goethe escribía: «Ser joven es un efecto de la naturaleza y se disipa como la niebla; permanecer jóvenes es mucho más, es un arte de pocos». Con este arte es como se conserva un espíritu ágil y un corazón ardiente hasta en plena vejez. (Ravasi)

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