"No he conocido a nadie que, viendo sus propios errores, supiera echarse la culpa a sí mismo".
"Los errores del hombre le vuelven especialmente amable".
Propongo hoy, juntas, dos frases de tema análogo que apunté durante dos lecturas diferentes. La primera reflexión proviene del horizonte lejano de China, de aquel «maestro«maestro K´ung» cuyo nombre se latinizó en Confucio (VI-V a. C). De sus Lun Yu o Diálogos he sacado una verdad que nos cuesta reconocer. Cuando la vida nos demuestra que nos hemos equivocado, estamos dispuestos a todo, hasta llegar al absurdo o al ridículo con tal de no reconocer que la culpa es nuestra. Las excusas infantiles adoptadas por el niño sorprendido con las manos en la masa son las mismas que –adaptadas y más sofisticadas- seguimos dando de adultos con tal de no confesar nuestra fragilidad y responsabilidad.
"El valor de confesar los propios errores nos haría más fuertes y más apreciados", decía también Gandhi, pero es un camino raras veces recorrido. A este respecto viene a punto la segunda frase tomada de las Máximas y reflexiones del gran Goethe. Los errores hacen más humana a la persona.
Es verdad que siempre son una limitación, pero precisamente por esto nos vuelven más cercanos, más amables y familiares. Por lo que reconocer una equivocación con sencillez no es nada vergonzoso sino un acto de dignidad, capaz de producir simpatía. Incluso porque, como decía De Gaulle, «solo los imbéciles nunca se equivocan». No hay que olvidar, además, que los errores son fácilmente visibles y parece que flotan en la superficie. Los valores de una persona, por el contrario, están a menudo ocultos, como sucede con las perlas, que solo las descubrimos hundiéndonos en lo profundo de los abismos marinos. (Ravasi)
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