viernes, 14 de octubre de 2016

COMPASIVOS O ZOMBIS

La verdadera compasión «piedad», no la retórica y sentimental, es saber compartir hasta el fondo el dolor de los otros, asumiéndolo uno mismo, hasta cargar con su peso. Es significativo que el hombre haya sido creado por Dios como ser «social». ¿Acaso no es verdad que, apenas salido de las manos del Creador, surge inmediatamente la necesidad de tener «una ayuda que le sea semejante» (o, como dice el original hebreo, «que le esté enfrente», los ojos en los ojos)?

Si no somos capaces de lazos interpersonales, si nos recluimos en la soledad del egoísmo, no por ello estaremos más tranquilos y a gusto. No, somos más miserables, estamos ya muertos, aunque estemos vivos.
El hombre contemporáneo tiene, ciertamente, más autonomía que antes, incluso más contactos. Pero se ha empobrecido en sus relaciones. Conoce el encuentro de los cuerpos, pero no el de las almas, que genera el auténtico amor. Por esto, los hijos, tan pronto como pueden, dejan solos a los padres, quizá como los padres les dejaron solos por las calles, sin cogerlos de la mano. La llamada que brota de la imagen de Eneas llevando al viejo Anquises es básicamente cristiana y tiene en el Samaritano la imagen amorosa ejemplar, tanto para creyentes como para agnósticos.

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