El caballo y el toro
Un caballo y un toro vieron que su amo se preparaba para ir a la guerra. El caballo se inquietó; el toro, en cambio, no se preocupó lo más mínimo. Pensaba que él no tenía nada que perder. El amo ensilló el caballo y partió para la batalla. Pero antes de que estallara la contienda, las partes enemigas llegaron a un acuerdo. El amo, con sus amigos, decidió festejar el acuerdo con un banquete. Así, degolló al toro.
Esta parábola forma parte de un antiguo e inagotable patrimonio de cuentos morales elaborados a lo largo de los siglos en el mundo árabe. La sabiduría popular siempre encierra una semilla de universalidad en sus simples lecciones. Aquí se ridiculiza la estupidez del egoísmo. El toro, satisfecho de su seguridad, se ríe de la desgracia ajena y no prevé que la afortunada suerte puede imprevistamente venirse abajo. A menudo, la obtusa preocupación por el propio interés no deja intuir los peligros que nos rodean y así se puede encontrar uno con un amargo despertar. Querría que este apólogo nos abriese a una mayor sensibilidad frente a los otros, levantando la cabeza un momento por lo menos de “lo nuestro”. El poeta inglés John Donne (1572-1631) invitaba a preguntarse por quién tocan las campanas de muerte porque ellas no señalan solo el fallecimiento de otro, sino que, de algún modo, tocan por nosotros porque también nosotros somos mortales, pese al bienestar presente. Tomar parte en los sufrimientos del otro es un acto de humanidad. El inmigrante hambriento no es problema ajeno a nuestro tranquilo vivir, es una llamada a nuestro egoísmo para que se abra a la solidaridad, porque también a nosotros nos puede llegar el día de la pobreza y de la miseria. (Ravasi)
No hay comentarios:
Publicar un comentario