Más allá de todos los horrores, siempre están las sonrisas de los niños, el crecer de la vegetación incluso en las cenizas volcánicas, la realización de muchos sueños audaces, la belleza de la inteligencia y de los atardeceres, y el amor humano. El sí es más fuerte que el no.
Quizá también hoy, al abrir las páginas del periódico, nos asalte la tentación de caer en el pesimismo. Nuestra humanidad parece terriblemente entregada al masoquismo, a hacerse el mayor mal posible. Sin embargo, tal visión global de la historia quizá esté equivocada. Nos invita a abandonar nuestras convicciones negativas la reflexión de D.C. Maguire en su Il cuore etico della tradizione ebraico-cristiana (1998). En el mundo todavía hay mucho amor, mucha belleza y mucha vida, desde la sonrisa de los niños a la retama que despunta entre la lava, desde las auroras y desde los atardeceres al tierno amor de dos novios o de una madre y un padre. Sopesando idealmente todo el «no», o sea, el horror y el mal de la historia, capaz de provocar tanto clamor, y el «sí», es decir, el amor y la belleza, no es verdad que prevalezca el primero. El segundo está más escondido y silencioso y por eso a menudo se piensa que está en minoría o se ha extinguido. Hasta el pesimista Sartre, filósofo tan proclive a considerar la nada y el mal como meta única de la humanidad, al final de la vida confesó que, teniendo en brazos al niño de unos amigos suyos, había llegado a la conclusión de que, si pusiera en el plato de una balanza todo lo que había escrito y en el otro la sonrisa de aquel niño, toda su obra resultaría una pluma frente a aquella hermosura y aquella alegría. (Ravasi)
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