El silencio del desierto
Hay un silencio de paz cuando el desierto derrama, al caer la tarde, su frescor, dando la impresión de que hemos alcanzado ya el puerto tranquilo, arriadas las velas. Está el silencio del mediodía, cuando bajo el implacable sol cesan pensamientos y movimientos. Y está el silencio profundo, cuando de noche se contiene la respiración incluso y nos ponemos a escuchar.
Un proverbio tuareg afirma que «quien no conoce el silencio del desierto no sabe qué es el silencio». Es lo que confirma también, con el párrafo citado, el escritor-aviador francés Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), que vivió temporadas en Marruecos. Celebramos hoy la memoria litúrgica de san Jerónimo, el célebre traductor de la Biblia al latín. Pues bien, él eligió abandonar la ruidosa y mundana Roma, donde había vivido cosechando triunfos, para retirarse al desierto cabe Belén.
El verdadero silencio no es mera ausencia de sonidos, así como el desierto en manera alguna es falta de presencias. Incluso los sentidos se vuelven más atentos y los pensamientos más limpios y así se viven experiencias mucho más intensas. Inmersos como estamos en los ruidos y en las cosas, flotamos sobre la superficie de la vida, inadaptados para bajar a lo profundo. Somos incapaces de limpiar la mente y el corazón para quedarnos solo con las verdaderas realidades importantes. No conseguimos saborear paz y serenidad, envueltos como estamos por el frenesí de hacer y de movernos. De ahí, la necesidad de una experiencia del desierto y del silencio para encontrarnos con Dios y con nuestro yo. (Ravasi)
No hay comentarios:
Publicar un comentario