lunes, 22 de agosto de 2016

Dar y poseer

De todo lo que tendré, no seré ni avaro guardián ni pródigo despilfarrador. Ni creeré poseer, sobre todo, más que las cosas dadas.
Daré antes de que me pidan, incluso me anticiparé a las justas peticiones. Si vivo así, las riquezas serán mías; de lo contrario yo seré poseído por mis riquezas.



Imaginaron, incluso en la antigüedad, la existencia de una correspondencia epistolar con san Pablo, tanta era la estima que los cristianos tenían por Séneca, filósofo latino, nacido en Córdoba en el año 4 a. C. y muerto, por suicidio, en Roma el año 65 d. C. tras ser condenado por Nerón, queriendo demostrar con su gesto la independencia y la libertad que el sabio debía tener respecto del poder. Un lector me envía estas frases entresacadas de entre las 124 cartas que Séneca dirigió al amigo Lucilio (al menos las que se conservan). El tema dominante es el del don y el desapego, fruto del pensamiento estoico, pero exaltado también por el cristianismo. Especialmente significativas son dos frases. La primera: poseo de manera auténtica no las cosas que retengo ávidamente, sino las que doy. Dar a los otros es enriquecerse uno mismo. Es la paradójica ley evangélica del perder para encontrar. O la contenida en el dicho de Jesús citado por Pablo: «Hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20, 35). Un puyazo al ansia de posesión, de enriquecimiento desenfrenado, de apego morboso que al final genera solo pesadillas y vacío interior. Y está la otra observación: hemos de dominar nuestros bienes, usándolos como instrumentos y no transformándolos en ídolos que nos dominen y nos subyuguen. Incluso el escritor ateo francés André Gide señalaba que «todo lo que no se es capaz de dar, al final nos posee». (Ravasi)

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