miércoles, 31 de agosto de 2016

Trata de no llamar inteligentes sólo a quienes piensan como tú.

Inteligentes



A veces, para encontrar la frase-guía de nuestra reflexión diaria recurro a la técnica que proponen algunos –muy peligrosa– para la Biblia: abrir al azar y leer (para luego ponerlo en práctica). En el caso de los libros comunes la cosa es menos sospechosa y hasta provechosa. Así, he abierto al azar un volumen de un conocido periodista y escritor de hace años, Ugo Ojetti (1871-1946), titulado Sesenta, y he encontrado de golpe la frase del comienzo. Sencilla, llana, dice una verdad casi obvia pero muy poco tenida en cuenta. A todos nos ha pasado el alabar y apreciar, casi espontáneamente, a algunas personas, y con frecuencia con razón. Sin embargo, si se profundiza bien, se podría descubrir que la admiración inmediata nace por el hecho de que tales personas te dan la razón o, lo que es peor, te adulan, porque te da tranquilidad o por conveniencia. Entonces, conviene esforzarse en buscar y encontrar las razones de quienes no piensan como tú. Algo totalmente ausente en los debates televisivos donde la única preocupación es la de atacar al otro, refutando e ignorando sus argumentos. Esta actitud de desprecio no solo no es cristiana, sino que es humanamente indigna. En esta línea, transcribo dos frases complementarias para que el lector las medite. «El inteligente trata de instruirse, el estúpido de instruir» (Anton Chejov). «Escucha lo que el otro dice. Escucha todo lo que el otro dice. Escucha antes lo que el otro dice» (Bruce Marshall). (Cardenal Ravasi)

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