lunes, 22 de agosto de 2016

SENCILLEZ


¡Sencillez, hija fácil / de la felicidad! / Sales, lo mismo, / por las vidas, que el sol de un día más, / por el oriente. Todo/ lo encuentras bueno, bello y útil, como el sol. // ¡Sencillez pura, / fuente del prado tierno de mi alma, / olor del jardín grato de mi alma/ canción del mar tranquilo de mi alma, / luz del día sereno de mi alma!"
(Juan Ramón Jiménez, "Sencillez", en Diario de un poeta recién casado, Ediciones Cátedra, Madrid, 2001, pág.273.)
En un mundo cada vez más complicado y complejo, donde es difícil poner el pie sin correr el riesgo de tropezar, es quizá necesario entonar este himno a la sencillez. Es lo que propone, con unos versos dulces y profundos, el gran poeta español Juan Ramón Jiménez (1881-1958), Nobel 1956 de literatura, que vivió mucho tiempo en Puerto Rico.
A menudo se confunde la sencillez con la simpleza, la memez y la credulidad. Evidentemente comporta ese peligro. Pero la genuina sencillez es naturalidad, llaneza, claridad, pureza.  
La sencillez es sobriedad en el hablar y en el hacer, es pureza de alma, es, a fin de cuentas, paz y alegría interior. En nuestros días, sin embargo, parece estar de moda, por un lado, la artificiosidad o la afectación y, por otro, la superficialidad que es solo una caricatura de la verdadera sencillez. Y así, el hablar oscuro y presuntuoso o la charlatanería y el vaniloquio. En cambio, como indica Juan Ramón repitiendo casi rítmicamente la expresión “de mi alma”, la sencillez auténtica es espejo de un alma transparente, nítida, serena, que irradia en torno a sí su luz. Intentemos, pues, conquistar esta cualidad del alma, que se parece a la luz del sol, al aire, al agua, realidades sencillas e inmediatas, pero ¡ay si faltan! (Ravasi)

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