jueves, 18 de agosto de 2016

En el desierto




Quien se asienta en el desierto y se preocupa de la quietud de su propio corazón queda libre de tres batallas: con el oído, con la palabra, con la vista. Solo le queda un combate, el del corazón.

El 70% de la superficie terrestre está actualmente cubierto de desiertos áridos o glaciales. El proceso de desertización avanza a un ritmo apremiante y absorbe cada año 2000 km2 de tierra, una extensión equivalente a Luxemburgo. Pero, en muchas culturas, el desierto es un símbolo. Lo es, sobre todo, en la antigua espiritualidad de los llamados «padres del desierto». Al más célebre de todos, san Antonio, se le atribuye la frase que propongo hoy. La expresión “asentarse en el desierto” no se refiere a la típica postura de los beduinos, acuclillados, inmóviles en aquellas inmensidades solitarias. Es, sobre todo, sinónimo de “contemplación”. Entendida así, resulta clara la lección de san Antonio. Fácilmente se puede vencer en una triple lucha, cuando se vive en la soledad: el oído no se ensucia con palabras vanas y vacías, la boca no emite chismes y vulgaridades, la vista no tiene delante imágenes provocadoras y turbadoras. Pero no existe la calma perfecta. En realidad, hay que combatir la batalla del corazón. Del corazón fluyen –como ya decía Jesús– todas las intenciones perversas, y para esto no basta el silencio exterior, la mansa tregua durante estos días, para gozar de la paz interior. Tiene que comenzar, en cambio, un trabajo de purificación y de liberación del corazón, o sea, de la conciencia, para que vuelva a ser fuente de amor, de luz, de confianza, de pureza. (Cardenal Ravasi)

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